LUCES, CÁMARA.... ¡ACCIÓN!: CONFLICTOS EN EL AULA

 

Para tratar esta entrada, voy a partir de mi experiencia dando clase de francés a un grupo de chicos de una residencia de estudiantes de Valladolid.


            Con el transcurso de las clases, yo tenía la sensación de que uno de los alumnos que tenía –y por qué no decirlo, uno de los más avanzados y aplicados– se encontraba más y más incómodo en presencia de su grupo; pero como aún me faltaban datos, opté por ni siquiera preguntarle y estar ojo avizor a partir de ese momento. Así, comencé a llegar unos cinco minutos antes de la hora normal y me encontraba escenas que no me cuadraban nada con la existencia de un supuesto problema: los chicos “guays” del grupo se reunían alrededor de la mesa de este alumno y siempre me los encontraba conversando.

            Como seguía con la sensación de que se me escapaba algo, urdí un plan: Avisé al conserje de que estábamos realizando un estudio sobre las conversaciones que mantienen los jóvenes, así que le pedí unas cuantas cosas. Le dije que encendiera la pizarra electrónica antes de que llegasen los alumnos, que encendiese la opción de grabación de voz y que pintase con el lápiz electrónico un solo punto rojo y grande en mitad de la pantalla (el típico punto de REC).

            Ese día llegué unos diez minutos más tarde de la hora, y cuando entré en el aula me encontré la escena de siempre: Un corrillo de chicos alrededor del alumno del que hablo, voces bajas y un cierto tono de complicidad que no iba nada a juego con la expresión alicaída de este.

            Dije “bonjour” y me dirigí a la pizarra; cogí el lápiz electrónico y activé la pantalla. Acto seguido les dije, “¿qué significa este punto rojo?” Unos me dijeron que era China, otros que podría ser Marte, o “algo francés”. Yo les dije: “sed un poco tecnológicos” y muchos gritaron a la vez “¡es lo de REC!”. A lo que yo respondí que tenían razón, y que la pizarra llevaba grabando unos 20 minutos. Sin apenas darles tiempo para pensar, les pregunté si querían escucharlo, y como no se ponían de acuerdo, lo hicimos a votación y ganó el “Sí”. Yo, personalmente, tenía dos teorías: los que habían votado “no”, o lo hacían porque habían hablado mal de mí, o del estilo; o porque podría comprometerles de alguna otra forma. Luego dije “tranquilos, no funciona” (después de haber desconectado convenientemente los altavoces de la pantalla con el botón sin que se diesen cuenta) y les dije que había sido una pena porque podría haber sido muy interesante.

Terminó la clase, y todos fueron saliendo. Yo me quedé a “recoger”, tardando más de lo normal, y cuando se fueron todos, descargué la grabación en un USB y me fui para casa. Al llegar entré en mi cuarto y me senté en el escritorio, puse el USB y cuando di al “play”, me quedé horrorizado: Tras el barullo de los chicos entrando en la clase, moviendo las mesas y saludándose, se hizo el silencio, y, cuando oí el “no empecéis” de una de las chicas que venía de otra residencia, todo me encajó.

            “Qué, aquí sigues, ¿eh, bujarrilla?”, “Ya entiendo por qué se te da tan bien el francés, chupapollas”, “¿Te gustan los “croissants” bien grandes eh? ¡Sí JAJA, pero seguro que no para comérselos!... etcétera.

            Paré la grabación y me tumbé en la cama, pues realmente se me puso mal cuerpo al escuchar todas esas frases. Y me puse manos a la obra. Cambié la programación de la siguiente clase, y recopilé material muy variado: fragmentos de textos, transcripciones de monólogos cómicos, entrevistas a actores, canciones, fragmentos de series… que en realidad no eran tan variados, pues sus autores eran todos franceses homosexuales.

            Para terminar, añadí a la presentación unas fotos de algunos de estos protagonistas participando en manifestaciones, charlas y marchas del Orgullo Gay francés, y añadí esta frase: “Enhorabuena, bujarrillas, habéis hecho de Francia un país tolerante, libre, abierto, que avanza inexorablemente y al que no le asusta nada. ¡Vivent les croissants!

            Al día siguiente, disimulé el asco que me producía aquella situación tan conocida para mí, tristemente, y entré en la clase. Les dije que ese día íbamos a profundizar en algunos aspectos de la cultura francesa: en su cine, su música, su literatura… y ellos, encantados.

            Antes de poner la última diapositiva, les pedí que escribieran –en francés– qué les había parecido lo que habíamos visto en esas dos horas, y que lo fueran leyendo en alto. Todos los comentarios eran buenos, todo había sido interesante, enriquecedor, entretenido, etc. Cuando el último de ellos lo leyó, simplemente les dije: “La mentira es un aspecto del ser humano que no soporto, y os he pedido que me digáis qué os parece lo que hemos hecho hoy, no os he pedido que me digáis lo que creéis que me encantaría escuchar”.

            Todos reafirmaron sus palabras, todos, y yo decidí improvisar. Dije a cada uno que escogiera uno de los personajes que habíamos tratado, y que lo buscasen en Wikipedia. Empecé a ver caras de confusión, mejillas ruborizadas, ruidos de sorpresa… cuando vieron en la web que unos estaban casados con personas de su sexo, que otros habían salido recientemente del armario…

            Entonces puse la diapositiva, y un coro de chicas a un lado del aula soltaron un “buaaaah chaval qué pillada pringaaaaos”. Miré en silencio a los guays, y luego al otro muchacho, que estaba llorando. Me dirigí a la clase:

“Habéis visto, leído y escuchado cosas bastante chulas y que os han parecido interesantes, vosotros mismos lo habéis dicho. Sólo tengo una cosa que decir: el machismo, la homofobia, la xenofobia… nacen del odio, y el odio y la envidia son primos hermanos, y cuando no lo son, el odio nace del miedo a lo desconocido, de la ignorancia. Creo que no hay mucho más que yo pueda decir, ya os lo han dicho escritores, cantantes, actores, directores de cine, políticos, cómicos… pero por si se os ha olvidado, lo que celebramos los homosexuales todos los años, empieza por la palabra “orgullo”, y contra un orgullo genuino y original que nace de la aceptación sincera de uno mismo, nadie tiene absolutamente nada que hacer”.



            Apagué la pantalla, recogí mis cosas y los alumnos seguían sentados. Yo me estaba haciendo el loco, mirando cosas en el ordenador y dibujando en una libreta hasta que pasaran los cinco minutos restantes. Vi por el rabillo del ojo a la chica de la grabación, que se acercaba a mi alumno, que seguía llorando, y después a otra más. Hablaban en voz baja, y el chico dejó de llorar casi de inmediato. Sonó el timbre. Me fui.

            Esa noche, recibí un correo electrónico. Era de mi alumno, y decía simplemente:

“Gracias por lo de hoy. Se lo he contado a mis padres. Todo. Soy gay, y me gustaría poder sentir ese orgullo que tú has mencionado en clase. Sé que lo voy a sentir, porque para empezar estoy orgulloso de que haya profesores como tú”.

            Esa noche fui yo el quien lloró. Y cada vez que veo a ese chico, que precisamente está este año aciago de Erasmus en Toulouse, nunca me dice “hola”, siempre está ese “gracias” en el que no puede caber más orgullo.

Comentarios

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  2. Me emocioné ayer cuando me lo contaste en persona, pero no solo porque existan situaciones tan tristes como esa a día de hoy, sino porque haya profesores como tú. El Orgullo también va de eso. Qué suerte tienen tus alumnos. Al final este Máster sí que me va a inspirar a ser una buena profesora, pero precisamente por lo que aprendo fuera de las aulas.

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  3. ¡ Qué cabrón Pablo ! Me hiciste llorar ... Nadie lo podría haber hecho mejor, lo que cuentas ahora no es solo la imagen que tengo yo de un docente perfecto, muy entregado, que actuá de forma muy inteligente e impecable. Sino más aún nos muestras que eres una persona hermosa, inolvidable, a quien todos, un día, vamos a decir gracias. Gracias Pablo por todo lo que me enseñes !

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  4. Enhorabuena Pablo, nadie puede representar mejor que tu la idea de orgullo.
    Me encantó cuando nos leíste la entrada ayer y no he podido hacer otra cosa que volver a leerla.

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    1. Grande, Pablo! No puede ser de otra manera...Hay que implicarse o implicarse más, no queda otra! Resignarse no es la opción, normalizar el odio tampoco. Estamos en el S.XXI y tenemos que instaurar el respeto por bandera ya! Buen profe, si señor!

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