ARTÍCULO: "LA TEORÍA DE LA MANADA AMENAZADA". CÓMO MOTIVAR LA PARTICIPACIÓN DE LOS ALUMNOS
Buenas a todos.
En esta entrada, expondré (o al menos será esa mi intención) la visión que
poseo del alumno actual en el aula actual y de cómo debería cambiar la
situación que vivimos habitualmente en la docencia para fomentar la
participación del alumnado en clase.
Según
este modelo educativo, en líneas generales, el profesor clamaba y sermoneaba,
mientras el alumno asentía y callaba. La participación que pudiera haber
entonces no era una vera participación, sino un requerimiento inevitable. Así
pues, el fantasma de esta educación casi feudal aún impregna las aulas y los
espíritus de alumnos que conocen “las leyendas” de las manos de sus padres,
abuelos, etc.: las famosas “reglas de madera”, las “sortijas que dolían”, los “de
rodillas con un diccionario en cada mano”, los “si usted a mi hijo tiene que
darle un sopapo, se lo da” y demás parafernalia medievo-inquisitorial.
Vivimos
tiempos mejores, no cabe duda, pero aún hoy podemos observar una reticencia generalizada por parte del alumnado a
participar –obviando casos particulares– en la vida educativa y sobre todo en el
aula.
¿Por
qué es tan difícil para el profesor conseguir que los alumnos participen en su
clase?
La respuesta es obvia. Miedo,
vergüenza, desinterés… Pero la verdad es que no es tan simple. El ser humano,
tenga la edad que tenga, actúa de forma diferente dentro y fuera de su zona de
confort. Es extraño que el aula, un espacio en el que el alumno pasa
normalmente más tiempo que en su casa, no se vuelva, en la mayoría de los casos,
parte de la zona de confort del alumno. Si damos unas cuantas vueltas más al
tema, vemos que el grupo establece, de forma muy rápida, una serie de
relaciones internas y externas que lo cohesionan y lo compactan, pero ¿por qué?
En
el mundo natural, cualquier agrupación de miembros de una misma especie muestra
su estado más gregario y unido cuando se adentra en territorio desconocido,
cuando ve posible ser atacado, o al menos cuando cree que pueden existir amenazas
externas. Esto se repite, de forma adaptada, en el contexto del aula. Ese
territorio tan conocido y a la vez tan peligroso, donde el alumno no puede
sentirse a gusto si no es centrándose en las relaciones que ha establecido con
sus iguales.
¿Qué puede
hacer el docente para dejar de ser una amenaza? Aquí entramos ya en una parte
delicada, pues muchos profesores que lean esto se darán golpes en el pecho y
rasgarán sus vestiduras. El profesor debe bajarse del púlpito, del estrado, de
la tribuna, del trono, de la cátedra. El profesor debe dejar de ser “el
profesor”, debe dejar su pedestal y convertir a sus adoradores y acólitos en
sus –paradójicamente– contrincantes.
Sí,
contrincantes. Quiero decir, debe reventar, desgarrar y quemar todas las barreras
jerárquicas que se han instalado desde hace siglos en las aulas. El profesor
debe volver a ser aquel “maestro”, aquel “magister” que buscaba simplemente un
intercambio de conocimientos; que aportaba su sabiduría a cambio del punto de
vista de sus pupilos, a cambio de esa visión joven y nueva que le produce tanta
nostalgia. Debe sentarse a su altura, debe convencerles de que no tienen que “participar”
en su “asignatura”, sino construirla con él. Debe convertir a sus alumnos en
sus compañeros, en sus mentores, incluso. Debe conseguir que la cohesión del
grupo se diluya, que desaparezca ese estado natural de alerta que impide que el
grupo se abra.
En resumen;
la participación del alumno en el aula es un concepto erróneo desde el
principio. El alumno no debe participar de las materias, del aprendizaje; el
alumno debe codirigirlo; debe sentirse una parte imprescindible del desarrollo
de las clases, no un mero receptor en peligro de “participar”. Y esto, señores,
señoras, es únicamente labor del profesor. Si este, en un movimiento maestro de
humildad, alteridad y vocación, accede a adoptar esta nueva postura, el grupo,
automáticamente, se abrirá y le dará un lugar en él.
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